Con el discurso inaugural de la 121ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE), su presidente y arzobispo de Barcelona, ​​el cardenal Juan José Omella entraba en campaña electoral, quizás sin pretenderlo. En el fue desgranando el programa de los españoles obispos en las cuestiones relativas a la familia, el origen y el final de la vida, sexualidad y educación, que tiene muchos parecidos con la ideología de la derecha y la extrema derecha política y de los movimientos cristianos integristas.

Defendió una educación afectivo-sexual, sí, pero liberada de la ideología de género, que en realidad constituye un rechazo de la teoría de género y del movimiento feminista. Hizo una apología de la familia sin definir el modelo al que se refería (¿patriarcal, igualitaria?). Condenó sin paliativos el aborto y la eutanasia en defensa de la vida «desde la concepción hasta la muerte natural». His los mantras de siempre sin atisbo alguno de originalidad que la CEE suele repetir con motivación de las campañas electorales para orientar el voto de las personas católicas y de la ciudadanía en general, aun cuando el secretario general de la CEE afirmó en la rueda de presa que nadie utilice a la Iglesia como moneda de cambio en los debates politicos. Defendió el cheque escolar, en contra de la opinión de la escuela patronal Escuelas Católicas; y la escuela concertada gratuita, al mismo nivel que la pública, sin exigirle ninguna contrarestación.

Omella pidió perdón por los abusos a menores en la Iglesia católica, cuando, en realidad, son agresiones, y lo hizo en un lenguaje formal que no pareció demostrar flaqueza ni sensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas, la mayoría de las veces vividas en soledad . Sin embargo, no pidió perdón por el negacionismo, el silencio, la permisividad, la complicidad, el encubrimiento, la falta de investigación y de colaboración con el poder legal durante décadas. Además, volvió a echar balones fuera denunciando que el mismo hecho que afecta a otros sectores de la sociedad no se haya puesto en evidencia, no se intervenga por el momento y se insista en analizarlo exclusivamente en el ámbito de la Iglesia.

Habló de los seglares, ausentes de la Asamblea, y encomendó una serie de tareas a llevar a cabo en la vida política, cultural y social, pero sin reconocer las funciones de responsabilidad en la vida eclesial, reservadas a la jerarquía y al clero, que se apropian así de la eclesiad que corresponde a toda la comunidad cristiana. Las mujeres han estado ausentes tanto en la Asamblea Plenaria como en el discurso del cardenal Omella. No ha habito referencia se ha podido discriminar en la sociedad y en la Iglesia, ni a la violencia de genero, ni a los 25 feminicidios provocados por el patriarcado este año. No obstante, hay que reconocer como elemento positivo que, al final de la asamblea, los obispos han criticado severamente a las venus de alquiler, calificados de «una nueva forma de explotación de la mujer, contraria a la dignidad humana».

La Asamblea Episcopal ha sido la mejor demostración de que en la Iglesia Católica se mantiene intacta la estructura jerárquico-piramidal, clerical, patriarcal y antidemocrática. ¿Para cuándo la práctica de la democracia y la sinodalidad?

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