Aún quedan estrellas del ajedrez, como el español Alexéi Shírov o el rumano Richard Rapport, con más admiradores que algunos de los diez mejores del mundo, por su adicción al riesgo y gran producción de belleza y espectaculares sacrificios para atacar a toda costa. Pero es improbable que esa especie deje de ser muy minoritaria en el siglo XXI: el entrenamiento con computadoras muy potentes aumenta el peligro de que una decisión de alto riesgo sea castigada con una refutación aprendida en casa con la ayuda de esos monstruos de silicio.
Por eso se aprecian tanto las partidas más brillantes de grandes artistas como el yugoslavo Dragoljub Velimírovic (1942-2013), para quien la victoria, aunque fuera muy aburrida, no solía ser el bien supremo; él era feliz cuando generaba gran belleza, como en la partida de este vídeo. Su sacrificio de pieza en plena apertura no tendría éxito contra los ajedrecistas inhumanos de hoy, pero era muy difícil de refutar para un adversario de carne y hueso bajo la presión del reloj y la tensión de un torneo.
El otro problema de esa manera de jugar es el enorme desgaste mental que conlleva; por eso, Velimírovic fue multicampeón de la muy potente Yugoslavia y ganador de numerosas medallas individuales y por equipos, pero nunca llegó a la primera fila mundial. Sin embargo, tuvo, tiene y tendrá más admiradores que otros muchos que sí lo hicieron.
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