El mayor problema del colegio Alfonso X el Sabio, en el pequeño pueblo de San Adrián (Navarra), siempre ha sido el absentismo. Cuando a las nueve de la mañana los niños atraviesan el patio al ritmo de la música que resuena en los altavoces, empiezan las llamadas del director a las familias cuyos hijos no están en clase: ¿están enfermos? ¿No quieren ir? ¿Ha pasado algo con algún compañero? ¿O quizás algún problema en la familia? Con veces, los estudiantes presentan a mitad de la mañana, animados por las preguntas del cuerpo docente. «Una vez fuimos a la casa de un alumno que faltaba justo el día de la foto de clase para que pudiera estar. Puede parecer demasiado insistente, pero es fundamental que llegue el mensaje de que les necesitamos. Que cada uno de nuestros estudiantes es importante , y que para que esto funcionen tienen que estar”, explica Rubén Fuertes, director del centro. Tanto es así, que han conseguido el absentismo hasta convertidor en un colegio en el que fijarse.

La vuelta de tuca para este centro llegó poco antes de la pandemia, cuando entró en el programa Proeducar, un proyecto financiado por el Gobierno de Navarra para luchar contra el fracaso y el abandono escolar temprano y propiciar la inclusión educativa y el éxito escolar de todo el alumnado. Durante un curso escolar completo, el director y el claustro educativo del centro se sentirán junto con los profesores profesionales para analizar el perfil de la escuela y reflexionar sobriamente sobre el tipo de cambio que se querrían aportar. “Fue un año muy duro. Pusimos el centro patas arriba”, recuerda Fuertes. “Teníamos claro que queríamos desprendernos de los libros de texto, que nos encasillaban demasiado, pero tampoco queríamos caer en la trampa de la metodología a la moda, que muchas veces no funcionaban”.

El objeto que guía el proceso es la necesidad de reflejar la diversidad que caracteriza a San Adrián en el centro del edificio. Situado prácticamente en el límite entre Navarra y La Rioja, a orillas del río Ebro, este municipio de 6.373 habitantes empleó a ganar población en los años cincuenta del siglo pasado, cuando las empresas de conservas típicas de la comarca crearon muchos puestos de trabajo. Este proceso de industrialización ha cambiado seguramente el tejido social del municipio, que cada año acaba acogiendo a cientos de temporeros extranjeros, cuyos hijos van a clase en el Alfonso X, el único centro de la villa. Están matriculados unos 600 estudiantes de 32 diferentes nacionalidades, de los cuales un tercio se considera socialmente desfavorecido.

“Intentamos que la distribución del alumnado se lo más homogéneo posible. El hijo de un temporero se sienta al lado del empresario, porque las aulas reflejan la diversidad que hay en el pueblo”, ejemplifica el director. Cuando enseña las instalaciones en este período, un día para los finales de mañana de marzo, las aulas y los pasillos están medio vacíos. Faltan todos los estudiantes musulmanes, que están celebrando el fin del Ramadán con sus familias. «En este caso no se trata de absentismo, nos avisaron», Bromea Fuertes. La comunidad musulmana, que en el Alfonso X representaba un tercio de todo el colegio, está perfectamente integrada en el pueblo, que cuenta con mezquita. Además de los muchos temporeros, también hay familias que llevan años empadronadas en el municipio, a pesar de las dificultades que viven a la hora de encontrar pisos de alquiler.

Rubén Fuertes, director del CPEIP San Adrián Alfonso X El Sabio, de San Adrián. PABLO LASAOSA

Otra de las medidas que han implementado para reducir el absentismo es la creación de una «comisión» formada por trabajadores sociales y policía municipal, que si se encuentran en la calle con un estudiante que no había ido a una clase por estar supuestamente enfermo, avisan a la direction del colegio, que se pone en contacto con las familias. También ayudó en esta lucha la implantación de dos momentos de recreo a lo largo de la mañana, que permite a los padres organizarse cuando surgen necesidades familiares, como ir al médico en una de esas dos pausas sin perder media mañana de clase. “Es una de las cosas que hemos heredado de la pandemia y que funciona muy bien años y presidenta de la APYMA, la asociación de padres y madres.

Las familias son muy partícipes de la vida del centro, sobre todo a principio de curso, cuando es necesario organizar las charlas y actividades extraescolares que necesitan la participación de los padres. “Familias y colegio tienen que ir de la mano. Intentamos que la comunicación sea constante entre las dos partes, y la verdad que lo conseguimos muy bien. Eso quiere decir que no hay que convocar reuniones, para que en el dia a dia surjan las decisiones educativas así como los posibles conflictos”, añade Pascual.

Docencia compartimentada

Las diferencias culturales, asegura el director, no se reflejan en los resultados académicos. Inclusión, participación e innovación metodológica son los tres pilares qu’hacen posible que el centro obtenga buenos resultados, a pesar del alto número de alumnado socialmente desfavorecido. Cuando los estudiantes llegan a las siguientes etapas de educación obligatoria —en los institutos del pueblo o en la cercana y más grande Calahorra, al otro lado del Ebro, ya en La Rioja—maintienen notas altas. Asimismo, el 75% de los profesores interinos pide repetir en el mismo centro, y un 25% de ellos que está actualmente opositando lo ha pedido como destino si tuvieran que conseguir una plaza.

«No es que de repente hayamos encontrado la fórmula del éxito. Lo que conseguimos es encontrar muchas pequeñas prácticas que suman y funcionan según nuestras demandas», explica el director. semana, rebajando la ratio de estudiantes, que así pueden recibir una mayor atención. ser cuestionado. Pero es un sistema que funciona muy bien. Nos permite concentrarnos en la docencia y solucionar muchos problemas”, reconoce Kirio Gaste Arena, uno de los profesores interinos del centro.

Durante estas sesiones de hora y media, los estudiantes se dividen en cuatro mesas, donde se llevan a cabo tareas diferentes: en dos de ellas, trabajan de forma autónoma, y ​​​​en la otra mitad con la ayuda de los docentes. Pasados ​​20 minutos —cuando la concentración de los niños empieza a bajar— se cambia de mesa, hasta pasar por cada una de ellas. “Cuando terminó la sesión, los niños no se lo pueden creer. Dicen que el tiempo pasó volando”, concluye el profesor.

Varios niños juegan colgante el recreo en el patio del colegio.
Varios niños juegan colgante el recreo en el patio del colegio. PABLO LASAOSA

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