Una mujer sentada sola en unas escaleras.Enfoque Ocus (Getty Images/iStockphoto)

Hace tiempo que se oye hablar de la soledad. Poco a poco, ha ido tomando cuerpo entre la ciudadanía la idea de que este es un problema propio de nuestro tiempo. De hecho, según el estudio de 40dB. para EL PAÍS y Cadena SER que se presenta este domingo, casi ocho de cada 10 entrevistados/as lo cree. Los argumentos de por qué esto es así —y que venimos recogiendo en nuestras investigaciones cualitativas— son variopintos: se dice que la sociedad tan acelerada en la que vivimos, con ritmos de trabajo a veces imposibles, nos empuja a no estar todo lo cerca que querríamos de las personas a las que realmente queremos; que las nuevas tecnologías, aunque nos acerquen a los que están lejos, también nos alejan en nuestro día a día de los más próximos; que la sociedad se ha vuelto volviendo cada vez más egoísta como consecuencia de una supuesta pérdida de valores, cada cual va a lo suyo. Y que, por si fuera poco, la terrible pandemia que hemos vivido no solo ha dejado a muchas personas tocadas y más solas, muy especialmente a los mayores, sino que además nos ha condenado a trabajar aislado en nuestras casas, detrás de unas pantallas que se han convertido en las únicas compañeras. El análisis del presente estudio muestra, sin embargo, que aunque algunos de estos factores pueden tener alguna relevancia, las causas principales del problema de la soledad son otras.

Ante todo, es importante recalcar que, en el imaginario colectivo, la soledad se asocia sobre todo a las personas mayores, por no estar ya en activo y tener problemas de deterioro físico. Sin embargo, según se muestra en esta encuesta, quienes más sufren la soledad son los jóvenes: entre los 18 y los 24 años, casi cuatro de 10 afirma sensse solo/a frente a poco más de uno de cada 10 entre los de más de 64. Podría ser quune parte de esta incidencia tan elevada sea producto de la mayor facilidad que muestre a los jóvenes para hablar de lo que sienten, pero las diferencias son demasiado abultadas como para pensar que no hay un problema específico en la juventud.

El 22% de la población dice sente sola. El estudio muestra que hay dos causas basicas. Por un lado, la soledad tiene mucho que ver con el desarraigo: la padecen con más frecuencia quienes cortan lazos con su comunidad de origen, quienes han perdido su empleo, quienes afrontan una ruptura amorosa, quienes tienen trabajos solitarios o trabajan en horarios poco comunes . Por otro lado, la soledad también es propia de personas que son o se sienten diferentes, como en el cuento de Paolo Giordano que da título a este artículo, que cuenta la historia de Mattia y Alice, dos versos sueltos que lograron a medios encontrados, él con altas y ella con anorexia. La encuesta reveló que, de hecho, su mayor propensión a sentir soledad las personas con problemas de salud mental, que pertenecen al colectivo LGTBI (especialmente, los transexuales y asexuales), con alguna discapacidad o que simplemente se sienten, sin diagnóstico alguno, ser diferentes , ya sea porque su entorno no les tiende, por timidez o por ser menos sociables.

Si el desarraigo y el ser o sense diferente causan soledad, tiene sentido que sean los jóvenes los más probables a sufrirla. A esas edades, las personas aún están construyendo sus redes de sociabilidad y muchas de ellas aún no tienen pareja ni han formado familia. Algunas no lo harán, pero seguramente la inmensa mayoría, con o sin pareja, terminará por descubrir lo que casi all aprendemos tarde o temprano: que somos seres sociales y que, como tal, nos necesitamos los unos a otros. Los jóvenes, además, sufren más la soledad porque forman la generación que con más determinación y valentía ha abrazado la diferencia, attreviéndose a vivir con libertad su sexualidad, a romper los moldes con los que muchos de ellos fueron educados. Sin embargo, todo indica que están pagando un precio por ello: no son pocos los que padecen soledad por formar parte de «la generación de la diferenciación». De ser, en definitiva, números primos.

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