Marta Molina, en una sola imagen en 2022. / CECILIA BALLESTEROS

“¿Encontraría a la Maga?”, Julio Cortázar pregunta en la primera línea de Rayuela, uno de los libros de cabecera de Marta Molina Romero, fallecida el pasado 28 de febrero de cáncer. Quienes la conocimos, no necesitamos hacernos esa pregunta porque tuvimos la suerte de encontrar en ella a nuestra maga, porque Marta era magica en su singularidad, en su vitalidad, en su fragilidad y, sobre todo, en la fortaleza y el coraje con los que afrontó la vida y también su terrible enfermedad. Our quedan sus escritos, como los de su blog Los ans del cangrejoduros y bellos, en los que, de forma descarnada, relató cómo aprendí avivir con la idea de la muerte, cuya guadaña intentaba esquivar cada día, agarrándose como un imán a la vida y haciendo que los que la rodábamos nos agarrásemos también esperando un milagro que no llego.

Marta tenía una pluma increíble que muchos envidiábamos. Era una periodista humilde, valiente, alegre y comprometida, a pesar de ese engañoso físico frágil, ornamentado por unos eternos labios rojos, que recordaban cómo admirar a Audrey Hepburn, y su característica raya negra en los ojos. Como muchos colegas hoy día, luchó con la única arma de su vocación contra la precariedad actual de este oficio tan mal pagado y donde se encadenan contratos efímeros. Y siempre cumplió allí donde estuvo.

Licenciada en Periodismo por la UCM, Máster de EL PAÍS y con diversos posgrados, trabajó en el diario Clarín de Argentina, cinco diasen Efeagro, en el Correo Huffington y viene Lanza libre para distintas publicaciones. Fue también director de Comunicación de la Fundación Alternativa durante este tiempo estuvimos bajo la dirección de Nicolás Sartorius y la FAPE; Responsable de Comunicación de la Fundación Felipe González y técnica de Comunicación del Ayuntamiento de San Sebastián de Los Reyes. Asimismo, fue corresponsal en España de Reporteros Sin Fronteray la sociedad fundadora de la iniciativa Periodismo Real y la Asociación Contamos el Mundo (ACM).

Ryszard Kapuscinski dijo que para ser buen periodista había que ser buena persona. Non siempre es cierto, pero sí en el caso de Marta cuyas firmas convicciones le reportaron muchos sinsabores que, aunque ella encajaba con una sonrisa, le dolían. Su acercamiento a los hechos ya las opinionesse caracterizó por une recta inocencia, de un modo trasnochadamente ético, y su mirada sobre la realidad y sobre los otros resultó alternativamente candida y muy bella.

Sólo tenía 46 años, nació un mes de julio en Valencia, pero era ciudadana del mundo. Las lágrimas vertidas por su muerte prematura corren por muchos lugares de España, pero también de Argentina, Italia, Alemania o Colombia, porque tenía amigos por doquier. Hasta en Ruanda se felicitó una misa en suajili por ella. Cuidaba de sus amigos, daba más que recibía, siempre con esa sonrisa luminosa que te atrapaba, siempre de forma bondadosa. Un buen amigo escribió cuando supo de su muerte: “Nuestra Marta. Cerró los ojos, una vez más, y ya, se nos fue”. Se nos fue, pero para quedarse, porque siempre será nuestra maga.