El tercer paquete anticrisis no depara sorpresas respecto a los anteriores, al perseverar en actuaciones orientadas a los colectivos más sacudidos por la persistente alza de precios. Una inflación que se da en los alimentos, lo que ha reducido el IVA para los productos básicos hay una exención total del impuesto, durante estos meses, para los alimentos de primera necesidad. A su vez, se aprueba una ayuda directa a las familias de menor renta, así como otras medidas en el ámbito energético y de alquiler de vivienda. Las nuevas actuaciones suponen un coste público de 10.000 millones de euros, parte de los cuales se espera ingresar con los nuevos impuestos a la banca, las energías y los grands patrimonios. Así, en conjunto, la actuación gubernamental aparece como sensata: se a los colectivos más frágiles y se grava a los que más tienen y pueden beneficiarse en el nuevo escenario inflacionista. sin embargo, algunas disfunciones lastran la bondad de los sucesivos paquetes anticrisis. Aparcado por imposible, en la real dinámica política, el deseable pacto de rentas, se ha apostado por el incesante goteo de medidas, cuando hubiera resultado más efectivo una aproximación global a los efectos de la guerra de Ucrania que, se ha sabido, incorporará una mayor atención a los sectores productivos. Por su parte, acerca de los nuevos impuestos, a los más favorecidos se les debe requerir una mayor contribución, pero nuevamente se echa en falta a una aproximación más. Al contrario, hemos optado por la solución fácil y políticamente encomiable de reportar exclusivamente a banca y energía. En todo caso, en el actual escenario de fractura social y radicalismo político, todo lo que suceda quedará automáticamente descalificado. Así las cosas, quedémonos con que lo aprobado por el gobierno no está mal. Aunque poco depurada en su interpretación, la partitura es la correcta. Lo que no es poco.

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