Como católico practicante coincidente con el reconocido teólogo Juan José Tamayo quien analiza en su libro El Odi Internacional“El cristoneofascismo, la alianza entre el neofascismo legitimado por el capitalismo y el fundamentalismo integrista religioso apoyado por una parte de la jerarquía eclesiástica española.

Es incomprensible cómo los distintos gobiernos en España siguen los acuerdos posfranquistas con el Vaticano, la enseñanza confesional en la escuela y no frenan la inmatriculaciones de bienes públicos por parte de la iglesia católica, dejando que pervivan e incluso resurjan y s’expandan muchos restos del nacionalcatolicismo de la dictadura en España.

Este impulso del cristoneofascismo hispano coincide con la acelerada expansión de las iglesias evangélicas neopentecostales. Sus pastores y telepredicadores, a través de emisoras de radio y televisión, son promotores del «voto evangélico» ultraconservador. En América Latina se generaliza, se ubica en cargos legislativos y locales, es en tales casos un espacio de derecha y ultrarecha, para combatir la ampliación de derechos como la interrupción voluntaria del embarazo o el matrimonio igualitario y estimular una agenda claramente neofascista. Sus postulados, de hecho, coinciden con buena parte de la ideología neofascista más reaccionaria del nacionalcatolicismo español.

España, país que desde la Constitución de 1978 es aconfesional, la jerarquía católica española no solo tiene el privilegio de sus púlpitos y sus parroquias para expandir su doctrina, sino que ha impuesto la exigencia, mediante un acuerdo del final de la dictadura con una Estado extranjero (el Vaticano), por lo que todo centro educativo público está obligado a impartir su mediato adoctrinamiento religioso la oferta obligatoria de la asignación de religión en todas las etapas escolares. Un país extranjero (quien lo reconozca como tal) impone a nuestro Estado cómo y con qué contenidos educar a la población. A pesar de estar consagrada la aconfesionalidad en la propia Constitución española, que es la legislación máxima a la cual deben estar sometidos las demás, ningún gobierno la ha aplicado derogando esos acuerdos anticonstitucionales con el Vaticano.

Cuestiona la convivencia y provoca segregacion

La introducción de cualquier asignación confesional en la escuela supone una grave vulneración de los Derechos de la Infancia y el Derecho a la libertad de conciencia, así como la Declaración de los Derechos del Niño y de la Niña de 1959 y la Convención de 1989, que rechazan el adoctrinamiento y el proselitismo religioso. Además, al separar a las niñas ya los niños que comparten toda la jornada escolar y sacar de su clase a quienes no reciben religión, se dificulta su convivencia, comprensión y cohesión social.

La presencia de una religión en la escuela sea la que sea, de su enseñanza y sus símbolos, constituye un obstáculo para construir la solidaridad en la diversidad, el mestizaje y la multiculturalidad. Y no se tata sólo de favorecer las buenas laciones entre la diversidad de creencias sino para garantizar el respeto y la pluralidad también con las personas que no tienen religión, que no creen en ningún dios. Puesto que también podrían preguntar que tiene una asignación evaluable de «ateísmo científico» desde infantil, con dos horas semanales como la de religión, y que para quienes no quisieran cursar ateísmo científico se partita, como alternativa, la asignación de agnosticismo.

Frente a ello, lo que parece lógico es que tanto las personas creyentes como las ateas y las agnósticas optan por vivir en la privacidad de sus propias creencias, aplicando en todos los refugios la separación entre iglesia y estado.

Catequisis y dogmas

Habría que preguntarse por el empeño de la jerarquía católica en exigir una asignación específica en todas las escuelas dedicadas a su catequesis. Por tanto es indudable que el currículo de la enseñanza de la religión católica centrada en los dogmas religiosos, diseñado por la conferencia episcopal, convierte la clase de religión en catequesis, pesa que afirma explícitamente que es “la finalidad catequética o del adoctrinamiento”. Enseñar dogmas religiosos no solo va en contra del pensamiento crítico y de la autonomía personal, sino que hay contenidos que entran en franca contradicción con la razón, la ciencia y con derechos humanos, como la libertad de orientación sexual y la igualdad y la libertad de las mujeres, entre otros.

No tenemos más que mirar los libros de texto aprobados en esa asignación para cuestionarnos la constitucionalidad de algunas de sus enseñanzas. No aceptan la realidad de los nuevos modelos familiares y empecinan en su retrograda concepción de la sexualidad humana, negando la diversidad sexual reconocida ya por la legislación, o el derecho al propio cuerpo, a la libertad sexual ya la anticonception. Introduce enseñanzas que cuestionan la educación en igualdad entre hombres y mujeres y siguen defendiendo un modelo de familia patriarcal en que los roles y estereotipos de mujeres y hombres nos recuerdan a épocas pasadas. El teólogo Juan José Tamayo señaló que: “los contenidos son en su totalidad catequéticos con tendencia al fundamentalismo; se transmite el pensamiento que es androcéntrico; el lenguaje, patriarcal; la concepción del cristianismo, mítica; el plantamiento de la fe, dogmático; la exposición, anacrónica”.

Sin olvidar, por otra parte, que esas clases de religión están a cargo de una legión de catequistas. Han sido nombrados «a dedo» por la jerarquía eclesiástica según su fidelidad a la doctrina, pero con el mismo sueldo público (680 millones de euros al año) que un profesor o profesora qu’ha debido cursar una carrera y aprobar una prueba selectiva basada en los principios de igualdad, merito y capacidad. Asimismo, la jerarquía católica puede despedirlos cuando quiera y por razones ajenas por completo ha conocido la labor educativa. Mientras que en las demás asignatures se fomenta el respeto a todas las personas al margen de su estado civil, la jerarquía católica despide, por ejemplo, a arriba profesoras de religión porque se divorcian.

Más de quince mil verdaderos «delegados diocesanos» figuran como personal laboral en los centros escolares de titularidad pública (así lo confirmaron la ley educativa LOE y lo han mantenido las siguientes leyes). Además, no se limitan a impartir catecismo a los escolares qu’aiden a religión, sino que suelen hacer proselitismo católico en ocasiones muy integrista.

pedagogía secular

Debemos abogar por una educación completamente laica. La laicidad de las instituciones públicas es la mejor garantía para una convivencia plural en la que todas las personas sean acogidas en igualdad de condiciones, sin privilegios ni discriminaciones. Tanto las católicas como las musulmanas, las ateas, las agnósticas o las protestantes, etc.

La actitud laica tiene dos componentes: libertad de conciencia y neutralidad del Estado en materia religiosa. Cada persona es libre de ser o no religiosa y de abrazar la religión que quiera, mientras que el Estado debe abstenerse y estabilizarse al margen de estas creencias y prácticas personales. En este sentido, el laicismo busca separar esferas (el saber de la fe, la política de la religión, el estado de las iglesias), para garantizar la libertad de conciencia y posibilitar la convivencia entre quienes no tienen las mismas convicciones.

La religión fuera de la escuela

Todas las religiones, incluida la católica, deben ocupar el lugar que les corresponde en democracia: la sociedad civil, no la escuela; que debe quedar libre de cualquier proselitismo religioso. El espacio adecuado para cultivar la fe en una sociedad en la que hay libertad religiosa son los lugares de culto: parroquias, mezquitas, sinagogas u otros.

La Escuela ha de ser laica para ser de todos y todas, para que en ella todas las personas nos reconozcamos, al margen de las normas sean nuestras creencias, que son un asunto privado. Por tanto, la religión no debe formar parte del currículo. No por motivos antirreligiosos, sino desde un plantamiento pedagógico y de beneficio social para el desarrollo de la racionalidad del menor de edad, de su independencia y autonomía personal, para la que debe ser educado sans que le enseñen creencias que predispongan su mente a comportamientos o dogmas que condicionan su personalidad desde la infancia.

Además, la religión se explica y distribuye en la mayor parte de las materias que se estudian a lo largo de la escolaridad (la católica en España y Latinoamérica, la judía en su zona de influencia, igual que la musulmana o la budista). In the Spanish curriculum, por ejemplo, se referencia y se elucida la religión católica para analizar el estilo arquitectónico de un templo, para explicar el Camino de Santiago Medieval or un cuadro de Velázquez or une partitura de Bach, para adentrarse en la literatura del siglo de oro o el origen de la lengua castellana y, sobre todo, para entender la mayor parte de la historia de este país.

La religión católica actualmente tiene una carga horaria superior a la de contenidos tan importantes como la educación física o la educación artística. Es más, las clases de religión restan muchísimas horas lectivas a las demás asignaturas, que sí son importantes y acordadas por toda la comunidad educativa y social.

In un Estado aconfesional as el que hemos adoptado en la Constitución española, con libertad de culto, se debería impulsar y fortalecer una escuela laica, como instrumental plural, defensor de los derechos humanos y libertades. En todo caso, el art. 27.3 de la Constitución Española recoge el derecho de las familias a que sus hijas e hijos “reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Pero no a que esta formación sea impartida en los centros educativos, y menos financiada por el Estado.

Las familias que quieran que sus hijas e hijos reciban formación de religiosa son muy libres de hacerlo, pero evidentemente al margen del sistema educativo. Para eso están las parroquias, las mezquitas y los espacios de las diferentes religiones donde pueden recibir esa formación religiosa y moral y practicarla.

En definitiva, la Escuela debe superar esta forma de adoctrinamiento y ser el lugar para educar en conocimientos científicos universales, en valores cívicos y universales. Esta religión, que es una creencia entre otras muchas, debe difundirse en todo caso en el ámbito privado de la familia y los lugares de culto. Necesitamos una escuela laica, donde se sientan cómodos tanto las personas no creyentes como las creyentes. Por eso debemos negarnos a que con el dinero público se financie ningún tipo de adoctrinamiento religioso. La escuela un lugar para razonar y no para creer.

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