Se ha insistido mucho en el hecho de que el grado de civilización de un pueblo se mide por el estado de avance o retroceso de su literatura.
Insistir en el tema sería retroceder.
El presente trabajo, intenta ofrecer algunos puntos de la literatura nacional que ya bien, o mal, no son conocidos en su totalidad por los interesados.
Las fechas, siendo elementos importantes en el ordenamiento de las obras publicadas, son sin embargo material arqueológico. A grandes rasgos, todavía nos interesa la contribución y sus proyecciones en la actualidad.
El heraldo del Istmo bajo la dirección de Guillermo Andreve marca un punto en nuestra evolución literaria, difícil de ignorar.
Si ejemplificamos esto, nuestro trabajo se llevará a cabo.
Los primeros periódicos
La implantación de la imprenta en nuestro istmo fue obra de elementos progresistas que se propusieron seguir los pasos de las colonias emancipadas en el resto del Continente.
El primer periódico, La Miscelneane, semanal, fue dirigido por Juan José Argote, Manuel María Goytía, Juan José Calvo y Mariano Arosemena. Esto sucedió en el año 1820.
Ya hacia 1823 el gobierno creó su propio cuerpo de información: La Gaceta Oficial del Departamento del Istmo, que hacia fines de 1825 se conocía como la Gaceta del Istmo de Panamá.
Así comienza la primera etapa de nuestro periodismo que continúa, de una forma y otra, hasta el año 1849, cuando diversos hechos de la vida nacional, presagian ya la llegada de una nueva era.
De estos años datan no menos de treinta (30) periódicos, entre los que podemos mencionar:
La Unión (1830), El Istmeño (1831), Los Amigos del País (1834), El Comercio Libre (1834) y El Constitucional del Istmo (1835).
Será el 15 de abril de 1866 cuando salga a la luz el primer periódico exclusivamente literario. El Céfiro, bajo la dirección de Manuel Gamboa (1840-1882), anunció en su primera página que: “El principal objetivo que nos hemos marcado al fundar este diario ha sido establecer una comunión más íntima entre los pueblos del Istmo y los del resto de la República ”.
La edición de este periódico encuentra antecedentes en Los Deseosos de Instrucción, órgano de la Sociedad de los Alumnos del Colegio del Istmo, dirigido por Gil Colunge y en cuyas páginas la literatura encontró amplios espacios para publicaciones.
Posteriormente, tenemos El Panameño (1849), El Reformador (1853), El Pueblo (1856), El Centinela (1856) que dedicó extensas secciones a la literatura. El propio Gamboa ya había publicado en 1860, El Crepúsculo, que logró publicar doce (12) números —de abril a noviembre de ese mismo año— y que, por sus fines y contenidos, ya anunciaba plenamente El Céfiro.
De esta forma, a lo largo del último cuarto del siglo XIX persistió la actividad.
Luego surgieron nuevos nombres, como La Juventud, en 1878; El Ancón, en 1882, a cargo de Aquilino Aguirre y Gilberto Otero; El Cosmos en 1886 bajo la dirección de Guillermo Andreve, quien se convirtió en el primer portavoz generacional de los modernistas. A su vez, en otras ediciones se les dedican espacios, como en El Cronista, La Estrella de Panamá, El Aspirante, El Mercurio, sin olvidar los órganos político-literarios a través de los cuales hicieron acto de presencia los últimos poetas románticos y modernistas. de presencia: El Duende, La Revista, La Idea, La Palabra, Don Quijote, La Nube y otros.
El heraldo del istmo
El Heraldo del Istmo se publicará en 1902, bajo la dirección de Guillermo Andreve. Terminará sus ediciones por un período de un año, hasta 1904, cuando vuelva a salir a la luz.
Esta segunda etapa constituye nuestro trabajo.
Más que un periódico, se convierte en una revista literaria, donde publican los principales nombres no solo de Panamá, sino de América y algunos países europeos.
Su material se divide a partes iguales entre poesía y cuentos. El primer elemento, sin embargo, es el más aceptado por los editores.
Sus artículos críticos, a pesar de los años transcurridos, aportan elementos de gran actualidad.
Así, “Los escritores y la crítica” de Manuel Ugarte publicado en el número 10, el 5 de junio de 1904. El artículo está escrito en defensa de Briseux, dramaturgo hoy olvidado en su totalidad, autor de “Les Replacecantes”, “Dame de Chez”. Maxim’s ”,“ Le chien de ma mére ”y otros, ya perdidos. Ugarte defiende al autor francés del ataque de diversos sectores del público que señalaron su obra como demasiado individualista y no acercándose a una realidad cercana a ellos. cosas, dice que: “El escritor concienzudo no tiene más derechos que los demás hombres, pero tiene más deberes. Es el que indica las direcciones, el que hace el gesto que todos repetiremos mañana”.
O más adelante: “Siendo el alma de su generación, es justo que vibre en los conflictos que la deben sacudir”.
Donde ya se anuncia la polémica entre el llamado Arte por el Arte y el Arte Comprometido. Arte basado en la máxima individualidad del artista independientemente de su época y sus problemas; y el Arte como fiel expositor de todos los hechos vitales de los años en los que vibra el propio artista.
Ese mismo número también registra la publicación de un soneto anónimo, “Alma de América” en homenaje a Chocano, de paso por nuestro istmo.
El número del 12 de julio de 1904 recoge también una curiosa crítica teatral en la que se juzga la entonces última producción del exorbitante dramaturgo español José de Echegaray, “La Desequilibrada”. La crítica aparece sin nombre que la respalde. Y, contrario al ya mencionado por Ugarte, es un ejemplo de lo peor del género.
Quien lo escribió se dedica a narrar toda la trama del drama (?) Con diálogos, e incluso con los gestos y actitudes de los propios artistas. En el mismo estilo, tanto o más exorbitante como el propio Echegaray, y que conste, decir esto ya es decir demasiado a su favor.
Casi todos los números registran colaboraciones de Rubén Darío y un detalle curioso dentro de esta tendencia merece mención.
Cuando Darío publicó Azul, su primera obra, Don Juan Varela, entonces uno de los máximos literarios de España, fue quien le dio el espaldarazo hacia el triunfo al comentar que su obra era una de “las mejores que habían salido de América. en muchos años “. Varela incluso le escribió una carta a Darío, en la que le expresaba toda su admiración por una obra que, según el propio Varela, no encontraba precedente en ninguna otra que la precediera.
Del mismo Varela, en la edición del 12 de julio de 1904, encontramos algunas notas escritas en torno al siguiente libro de Rubén Darío, Prosas Profanas.
En ellos, la crítica comenta que: “en el poemario, nuestro autor muestra un dominio prácticamente desconocido en nuestra letra”.
También reconoce que es “el poeta más original y característico que ha existido en América hasta nuestros días”. Sin embargo, y esto es fundamental, critica con marcada calificación el exotismo de la obra, cuando en su anterior crítica a Azul reconoció este último mérito como capital en la obra de Darío.
Es decir, se contradice totalmente al elogiar el exotismo del autor en un libro, Azul, y criticarlo en el siguiente, Prosas Profanas, y más aún señalarlo como un elemento que desmerece la obra en general.
El Heraldo del Istmo también publica en el número 13 del 3 de septiembre de 1904, el poema “La última gaviota” de Ricardo Miró. Una semejanza entre la misma, y la que se publica hoy, registra la diferencia en varios versos, en los tripletes y en el último cuarteto del soneto.
El tercer verso de la primera cuarteta dice: “El rebaño escapa por el cielo”; mientras que hoy se conoce por: “el rebaño desaparece por el cielo”.
El último verso de la segunda cuarteta dice: “para superar el montón ya remoto”; mientras que hoy es: “llegar a la banda ya remota”.
El último triplete termina: “pájaro dejado por la bandada”; mientras que en 1904 fue: “pájaro ya olvidado por la bandada”.
El número 10 del 20 de octubre del mismo año, entrega algunas de las notas más interesantes de Gabriel D’Annunzzio. Siempre dentro de la línea literaria, el célebre poeta italiano afirma que:
“Hirieron hasta los huesos las frentes estúpidas de quienes pretenden poner igual camino en todas las almas, como utensilio social y hacer iguales cabezas humanas, como las de los caballos, bajo el yugo del jinete”.
Ésta era, en cierto modo, la misma ideología del poeta que vivió y escribió fiel a estos principios.
El Heraldo del Istmo superó sucesivamente su material y en algunas cifras -el 20 de noviembre- alcanzó una dimensión de envidiable superioridad.