La llorona del 25 de agosto de 2021

Hace un par de semanas anuncié que reduciría significativamente mis apariciones a través de las redes sociales. Justo en estos días en los que el mundo ha estado más convulsionado, con hechos como los que ocurrieron en Afganistán, todo cobró sentido cuando nos dimos cuenta de que ese 10% de nuestra vida que mostramos a través de esa ventana de Instagram (por decir uno de los más popular) podría convertirse en un escaparate de felicidad tóxica.

Hace un par de semanas anuncié que reduciría significativamente mis apariciones a través de las redes sociales. Justo en estos días en los que el mundo ha estado más convulsionado, con hechos como los que ocurrieron en Afganistán, todo cobró sentido cuando nos dimos cuenta de que ese 10% de nuestra vida que mostramos a través de esa ventana de Instagram (por decir uno de los más popular) podría convertirse en un escaparate de felicidad tóxica.

Me había pasado antes en mis capacitaciones y talleres, cuando descubrimos que entre nuestros seguidores se había desarrollado una especie de ansiedad por encontrar un propósito o ikigai que no es necesariamente el caso de todos. Entonces, si alguien no tenía su razón para ser identificado o aún sentía plena felicidad con su vida, significaba que algo andaba mal con él o ella.

Profundizando un poco más, encontramos que la felicidad tóxica es definida por la Asociación Nacional de Educación de EE. UU. (NEA) de la siguiente manera: «es la imposición del pensamiento positivo como única solución a los problemas, desterrando las emociones negativas».

Todas las alarmas se dispararon al señalar que la felicidad tóxica podría ser la causa de que algunas personas se inhiban de buscar ayuda psicológica especializada porque se sienten «inferiores» al optimismo dominante.

Cuando en nuestros encuentros invitamos a despertar del «piloto automático emocional» en el que caemos muchos de nosotros, no queremos que se piense que las únicas emociones aceptadas en el proceso son las de alta vibración o calificadas erróneamente como positivas.

Somos un crisol de cientos de emociones, cada una tan valiosa y necesaria de atravesar para seguir atendiendo la llamada de la expansión de la conciencia. ¿Recuerdas la película Intensely, o Insight out, y el papel protagónico que tuvo el personaje de Tristeza en la resolución de la trama?

Noticias como el hecho de que ahora en las redes sociales podemos ocultar el indicador del número de “me gusta” son pasos tímidos hacia la ruptura de paradigmas que terminan siendo perjudiciales para nuestro viaje.

La recomendación seguirá siendo no compararnos con la vida o viaje de nadie más, y recordar que lo que nos muestran las redes sociales es apenas un porcentaje mínimo de una vida tan normal y llena de retos como la de cualquiera de nosotros.

Seamos felices, pero por la autenticidad de ser genuinos, no por la toxicidad de la perfección.