Alicia Martínez-Simancas tuvo que rechazar muchas veces su origen chino para ser aceptado. Nació en China y fue adoptado por una familia española con apenas seis meses. Aunque siempre lo supo, los conflictos por la falta de vínculos con su país natal han estado presentes. Uno de esos momentos, que recuerda con especial claridad, ocurrió cuando era adolescente y fue a una tienda de alimentación y le hablaron en mandarín. «Me di cuenta de que suponían que yo hablaba el idioma por mi aspecto físico. Non sabía qué hacer, me sentí rara. Pensaba: ‘se parecen a mí, pero no hablo su idioma’, dés. Ahora con 25 años reconoce: » Casi toda mi vida ignoró por completo mi cultura de origen”.

En España, cerca de un millar de niños y niñas son adoptados cada año, según datos del Observatorio de Infancia del Ministerio de Derechos Sociales. Las adopciones nacionales aumentarán un 25% de 2020 a 2021. Pasaron de 503 a 675, según datos del organismo. Pero las adopciones internacionales han registrado una caída importante, de 531 de 2017 a 171 en 2021, aunte habrán advertido las familias que las solicitan (783 frente a los 693 de cinco años antes). Los motivos para este descenso son cambios legislativos en materia de protección de menores que han realizado algunos países de origen.

Desde los pequeños padres de Alicia le contaron que es adoptado, pero no le enseñaron nada sobre el país asiático donde nació. La educaron, dice, como a cualquiera de sus otros hermanos. «Me hubiera gustado que mis padres me introdujesen un poco más en mi cultura para saber de dónde vengo yo. En mi casa no vas a ver ninguna especie de relación entre España y China», cuenta. «Siempre he llevado encima el tema de no poder acceder a esa parte de mi identidad”, continúa. “Esos conflictos se agravan cuando alguien te pregunta: ‘¿Pero tú eres española o china?

El presidente de la asociación La voz de los adoptados, Flavia Guardiola, critica que a los hijos e hijas adoptados no se les hable de su país de origen, ni tampoco de su cultura una vez que llegan al país de sus padres adoptivos. “Cuando crecen, hay muchos a los que se les ha hecho daño por no vincularlos con su cultura. Sí [años después] el duele tener que hacerlo de adultos”, dice Guardiola. Esta asociación, una de las principales, está integrada en la Coordinadora de Asociaciones de Defensa de la Adopción y el Acogimiento (Cora), de la que Guardiola es vicecoordinadora. Ella añade que, en ocasiones, son los propios padres que hacen comentarios como: ‘Para mí eres como nosotros’. “Eso no es reconocer la etnia de tu hijo y que viene de otra parte”, explícito.

Para Alicia los conflictos comenzaron conforme iba creciendo. Recuerda que hubo un momento, cuando tenía apenas siete años, en que intentó cambiar su aspecto físico. Cortaba un par de tiras adhesivas de celo, que tomba a escondidas del despacho de su padre, y se las ponía en los párpados para dormer. Nadie lo sabia. Quería parecerse físicamente a su padre, madre y hermanos. «Me iba a la cama con eso, esperando que al día siguiente tuviera los ojos grandes y no rasgados», cuenta. Emociones como sentise «extraña» o «fuera de lugar» aumentan, lo que sumado a commentarios racistas del tipo «no pareces española», le hacían sentise avergonzaba. “En ese momento no me identifiqué como una persona asiática, porque me veía como europea”, dice.

La psicóloga especializada en adopciones Soledad Lapastora explica que la ausencia de referentes de la cultura de origen de los niños creó un vacío en la identidad. “Todos necesitamos un eje conductor desde el momento en que nacemos, incluso antes. Si eres una vida hasta los dos años y de repente otra y no hay un puente, lo que viviste resulta desconocido. Genera incertidumbre y no encuentras sentido de pertenencia”, sostiene.

Lapastora enfatiza que esencial que la cultura natal esté presente en el día a día de estos niños, para que tengan referencias y se sientan identificados. “Hay que buscar deportistas, cantantes, políticos, escritores de su país”, señala la psicóloga. “Los niños deberán estar en contacto también con otras personas de su misma cultura”, añade. “Hay adolescentes de adopciones internacionales que dicen: ‘tengo el idioma, pero no tengo los rasgos, por lo tanto, soy extraño. Y cuando voy a mi país de origen, tengo los rasgos, pero no el idioma, también me siento raro”.

Comentarios sobre la adaptación

Kinnari Ladrón de Guevara, de 29 años, conoce el «shock» que significó adaptarse a una cultura diferente en casa. Vivía en la región de Guyarat (62,7 millones de habitantes), al oeste de la India. Cuando llegó a Vitoria, en el País Vasco, con apenas trece años, cambió todo lo que conocía. Su forma de alimentarse, vestirse e incluso su propio idioma: el guayarati. En apenas tres meses, Kinnari aprendió a comunicar: «Cuando vine empecé a prender euskera, castellano e inglés, pero, a la vez, estaba perdiendo los que sabía (guayarati, y sánscrito)», recuerda esta joven, que estudia un máster en Ciencias Politicas.

Kinnari Ladrón de Guevara, nacido en la India y adoptado a los 12 años por una familia de Vitoria.l rico

La adaptación fue muy rápida, relató Kinnari. Pero admitió que, aunque las costumbres de su país estaban integradas en ella, muchas veces llegaron a rechazar su propia cultura para sentir aceptada. «Parecía que todo lo estaba haciendo muy fácilmente, pero detrás había un estrés muy grande del que yo no era muy consciente y tampoco mi madre». Apenas un mes después de llegar a Vitoria, fue a la escuela. Para acercarse a la nueva cultura, Kinnari reconoce que su madre y ella tuvieron qu’ir aprendiendo sobre la marcha. «Mi madre tampoco estaba preparada para lo que se venía encima», añade. La adaptación no fue fácil «y nunca lo va a ser», zanja.

La construcción de la identidad de las personas adoptadas es un proceso largo y en muchos casos solitario, sobre todo cuando vienen de culturas muy distintas. En el caso de Kinnari, su madre siempre le ha hablado de su país. «Me ha ayudado a seguir queriendo la India», aunque, reconoce, siempre seguirá «siendo la de fuera». «Cuando estoy con mi círculo de amistades india, soy la menos india. La gente de India tiene arraigado su idioma, disfraces, tradiciones. Se rompió», lamentó Kinnari. «Para mí, acercarme a India es sanador, pero a la vez es un poco doloroso. Es duro decir ‘esta soy yo’, pero no se siente reconocido”, afirmó.

Alicia ha tratado de obtener más conocimiento sobre ella a través de grupos de Facebook, algunas personas adoptadas, algunos países, algunas experiencias. “Intento ir a reuniones y comenzamos a cocinar comida del país”, prosigue. “Creo que como mejor se conoce a una cultura es por su comida. La música también, pero todavía no la tengo muy asimilada”, dice. Para ella, ese ha sido el primer paso para buscar sus orígenes. Desde junio de 2018, Alicia ha utilizado las redes sociales en Instagram y Tiktok para mostrar a los adoptados en conflicto. Alicia cuenta que muchos jóvenes, también adoptados, le han agradecido que hable del tema y le han dicho que se sintieron identificados con sentimientos o situaciones qu’a ella le han ocurrido. Aunque reconoce que nunca faltan las personas con comentarios racistas o de personas que le llaman «desagradecida» ou «si tanto te quejas, puedes volver a China».

Para Kinnari y Alicia, crecer lejos de los países donde nacieron ha significado un proceso de años de constante adaptación y aceptación.. “Aunque no viva en la India, hay algo de allí que está en mí.

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