Uno de los peores recuerdos laborales de la veterinaria Chus Fernández (Vigo, 49 años) fue cuando, pocos años después de licenciarse y en una cuadra a oscuras, un ternero puso su vida en peligro al levantarla, de un cabezazo, del suelo. Ella estaba aterrorizada y el ganadero que le acompañaba, en vez de ayudarla, se empezó a reír. Fernández está segura de que aquellas carcajadas derivaban de su género, “como si por ser mujer no supiera manejar la situación”, rememora. Para esta gallega quedó solo como una mala anécdota en una época (hace unos 22 años) en la que la presencia profesional femenina en el campo no era común y el trato con mujeres por parte de un sector mayoritariamente masculinizado era inusual. “Ahora, en cambio, la mujer tiene mucha presencia”, empieza, aunque rectifica. “Bueno, siempre lo tuvo, pero ahora es visible”.

La tasa de empleo rural según género era, en 2011 de 23,3 puntos porcentuales a favor de los hombres, según el primer Diagnóstico de la igualdad de género del medio rural elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. En 2021 esa brecha se había reducido en 14 puntos, hasta el 9%. No obstante, las diferencias se han acortado en esos 10 años porque, además, ha bajado la tasa de empleo masculina.

Cuando Fernández empezó en el sector notaba algunas miradas de desaprobación o duda. Esos juicios se han disipado con el paso del tiempo. En 2003 entró como empleada en Pascual, se mudó a Aranda de Duero (Burgos) y es su responsable de Calidad y Seguridad Alimentaria. Además, coordina los laboratorios de patología: “Informamos a los ganaderos para que su trabajo sea adecuado y así prevenir enfermedades y tratar a los animales”. Gran parte de su día a día se dedica a evaluar y controlar que los procesos que se siguen son correctos. En su rutina cada vez se incorporan más compañeras. “Es muy esperanzador”, explica. Precisamente en Pascual trabaja con otras cuatro mujeres a su cargo, algo en línea con el III Plan de Igualdad presentado por la compañía para el periodo 2022-2026, centrado en integrar el principio de igualdad de trato y oportunidades, garantizar la ausencia de discriminación y eliminarla de los procesos de promoción interna y selección.

La veterinaria Chus Fernández.PASCUAL

El aumento de la representación femenina

Un ejemplo de esa incorporación de la mujer al campo es el de Charo Arredondo, de 65 años, y su hija, María Gómez. Ambas llevan los mandos de su propia ganadería. Tienen 160 vacas en La Revilla, una localidad del municipio de Soba (Cantabria). Arredondo heredó el amor por los animales de sus antepasados: “Mi abuela y mi madre trabajaban, pero el mando en la ganadería lo llevaban mi abuelo o mi padre. Ellas no tenían poder de decisión”, explica. Ella rompió esa costumbre. “Siempre he sido inquieta y curiosa. He trabajado mucho en el sindicato. Todos eran hombres. Mi madre se preocupaba y yo siempre la calmaba. Mis compañeros nunca me infravaloraron”, admite.

Fue la primera mujer presidenta de una cooperativa agroalimentaria de España en 2000, y actualmente forma parte de la ejecutiva estatal de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). “Aparte de la labor en mi pueblo, voy a Madrid a participar en plenos con gente de todas las comunidades autónomas, me reúno con el Ministerio para defender mi sector porque yo soy la responsable de leche y de vacuno, e incluso he ido a Bruselas a hablar de la industria”, enumera. Durante los primeros 15 años, en esa ejecutiva, Arredondo fue la única mujer entre sus ocho miembros, aunque afirma: “Siempre me he sentido como una igual”. Los últimos tres años la situación ha cambiado: ya son tres mujeres.

Charo Arredondo posa con sus vacas en La Revilla (Soba, Cantabria).
Charo Arredondo posa con sus vacas en La Revilla (Soba, Cantabria).Foto cedida

Esta ganadera ha conquistado esos espacios por su ímpetu y las circunstancias. “Empecé a trabajar con mi marido, tuvimos dos hijos que se llevan año y medio y, cuando el mayor tenía 14 años, mi esposo enfermó de las caderas”, cuenta. El trabajo de las vacas, el tractor y los niños pasó a recaer en ella. El chico decidió estudiar Sociología y su hija hizo un grado superior, pero había heredado su amor por el campo. Arredondo recuerda las palabras de María por entonces: “¡Con lo bien que estaba yo ordeñando contigo!’, me decía”. Finalmente, María se casó y, junto a su marido, se decantaron por seguir los pasos de su madre. Ahora, dos mujeres y un hombre llevan adelante esta explotación.

Según el informe Emprendedoras rurales en España, elaborado por el Observatorio del Emprendimiento de España (GEM), Arredondo y su hija pertenecen a ese 20% de la población femenina que se encuentra en un proceso emprendedor. De ellas, el 8,1% son mujeres establecidas en zonas rurales que cuentan con un negocio de más de tres años y medio de vida -una cifra muy cercana a la de los hombres, que son un 9,1%-. Ese 8,1% supone una diferencia notable respecto a las zonas urbanas, donde las emprendedoras con estas empresas consolidadas suponen solo el 5,5%.

El reparto de tareas

“En nuestra zona la mujer siempre ha sido parte importante por su labor en el campo”, explica Cecilia Castro, dueña junto a su marido José Manuel Pérez de la ganadería Pecas (el nombre viene del juego de palabras de sus apellidos). Nacida en Villaquejida, el pueblo al sur de León donde desempeña su oficio, Castro se ha desenvuelto con animales desde niña. “Yo a mis vacas las entiendo perfectamente y tengo con ellas una conexión”, apunta sobre el aspecto que más valora de su trabajo. “Creo que tiene que ver un poco con el instinto maternal”, continúa.

Castro también se encarga de la burocracia, y su esposo mantiene maquinaria y se ocupa de los trabajos de campo, como labrar, sembrar y recoger en los terrenos que tienen en propiedad. “Pero al final, la convivencia con los animales es la base fundamental, porque es un trabajo muy duro. Si no fuera por esa conexión que tienes con ellos, no lo harías”, defiende esta ganadera de 52 años que es proveedora de Leche Pascual.

La ganadera Cecilia Castro (derecha) posa junto a una compañera.
La ganadera Cecilia Castro (derecha) posa junto a una compañera.Pascual

A su alrededor, la leonesa percibe que una de las grandes dificultades en el sector es que hay compañeros que desean formar una familia, pero que no encuentran una pareja que se adapte a las condiciones del campo. “Todo el mundo quiere tener más calidad de vida”, asegura Castro, y señala que la brecha entre hombres y mujeres puede deberse a la resistencia física. En ese sentido, le parece justificado que haya menos emprendedoras: “Hay muchas trabajadoras que no quieren replicar las vidas tan sacrificadas de sus madres o sus hermanas mayores”.

No obstante, hay mujeres jóvenes que prefieren trabajar en entornos rurales, como la agricultora Laura González (Arabayona de Mógica, Salamanca, 29 años). Si bien cuando era niña rehuía de hacer tareas del campo porque “eran una obligación”, empezó a disfrutarlo junto a su familia. “Al final no es algo que eliges, sino algo que aprendes”, concluye. Ella se encarga de labrar las tierras y ayudar a poner los cultivos de cobertura (los que se añaden al principal para aumentar la fertilidad del suelo). En su caso, nunca ha percibido ninguna diferencia entre géneros, tiene como ejemplo a sus padres. “Yo pienso que si una persona quiere puede conseguir lo que se proponga”, sostiene la profesional, proveedora de Vivesoy.

A pesar de las dificultades existe una vocación que anima a estas trabajadoras a liderar sus proyectos. Este vigor se puede resumir en una frase que Charo Arredondo repite cada vez que tiene la oportunidad: “Si volviera a nacer, si me dieran esa oportunidad de volver a vivir otra vida, repetiría lo que he hecho. Volvería a dedicarme al campo”.