Los miembros del Parlamento suizo posan para una fotografía de grupo en la última jornada de la legislatura, el pasado 29 de septiembre en Berna.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

Suiza elige este domingo un nuevo Parlamento que previsiblemente se inclinará hacia la derecha, con una recuperación de votos por parte de la principal formación, el nacionalista y populista SVP (Partido Popular Suizo, en sus siglas en alemán), según auguran las encuestas. Aunque estas no prevén cambios drásticos en el escenario político, sí pronostican un aumento hasta en torno al 28% para esta fuerza (un aumento de entre 2,5 y 3 puntos) y un retroceso de los Verdes, que dieron un salto hace cuatro años impulsados por el debate de la lucha contra el cambio climático y lograron un 13,5% de los votos que ahora se quedaría en el entorno del 10% ―los socialdemócratas del SP se mantienen en los sondeos como segunda fuerza con cerca del 18%, mientras los liberales del FDP y el partido Centro se disputan la tercera posición, con alrededor del 14%―. Si bien el calentamiento global continúa entre las preocupaciones del electorado, ha vuelto a ganar peso el debate migratorio y de asilo, el principal caballo de batalla del SVP.

“La cuestión de la migración ilegal no es ahora tan visible en Suiza, pero sí en los países alrededor, en Alemania e Italia, y en Grecia, y eso influye en la percepción del electorado. En los países vecinos se está gestando una crisis migratoria y eso sensibiliza a la población”, explica por videoconferencia Daniel Kübler, politólogo de la Universidad de Zúrich.

La derecha nacionalista no solo ha centrado su campaña en el freno a la entrada de extranjeros ―uno de sus lemas es “llegan demasiados y son los equivocados”―, sino que ha lanzado también una iniciativa popular con la que los votantes deberán decidir en las urnas si se toman medidas drásticas para limitar el crecimiento de la población a un máximo de 10 millones de personas en 2050. Suiza ronda ya los nueve millones de habitantes, de los cuales cerca de una cuarta parte son extranjeros.

Tras el parón de la pandemia, el saldo migratorio ha vuelto a crecer, hasta las 68.800 personas en 2022 (frente a 53.800 en 2020, según datos oficiales), y también las peticiones de asilo (24.511 en 2022 frente a 14.928 el año anterior), a lo que se suman en torno a 84.000 refugiados ucranios desde la invasión rusa.

Con sus recurrentes propuestas de cerrar las puertas a la inmigración (en ocasiones con eslóganes de tintes xenófobos), el SVP también apunta a la libre circulación de personas acordada en 2002 con la UE, de la que no forma parte, y que ha intentado frenar en los últimos años con varias iniciativas. Frente a un balance positivo en los informes del Gobierno y de las patronales sobre la incorporación de migrantes de la UE (y Noruega, Islandia y Liechtenstein como miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio) como fuerza laboral al país ―suponen una media de dos tercios de las entradas al país en los últimos 20 años―, el SVP dibuja un sombrío escenario de sobrepoblación y falta de espacio en la pequeña república alpina, además de azuzar el sentimiento nacionalista y de señas de identidad como la neutralidad o la democracia directa que caracteriza su sistema político.

La derecha populista suiza confía en ganar voto perdido hace cuatro años en un contexto europeo de auge de partidos ultras como AfD en Alemania, que también tienen el rechazo a la inmigración entre sus prioridades, pero su fuerza entre el electorado no es nueva. Su máximo histórico se remonta a 2015, cuando logró un 29,4% de los votos. “El crecimiento del SVP fue por así decirlo vanguardista, a contracorriente, y ahora parece que puede recuperar parte de la pérdida, según las encuestas, pero no parece que vaya a lograr un máximo histórico, como se apunta en otros países. El SVP creció antes, está integrado en las instituciones, es el partido más grande. No es algo inusual en el sistema suizo, frente al reto que supone en otros países”, apunta por teléfono Fabio Wasserfallen, politólogo de la Universidad de Berna y uno de los responsables del instituto de estudios demoscópicos Leewas.

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En el otro lado de la balanza se sitúan los Verdes, que pierden tracción y no logran seguir capitalizando la lucha contra el cambio climático que les convirtió en el gran ganador de las elecciones de 2019, junto al partido de los Verdes Liberales (GLP), al que se augura una bajada también, pero menor. El Parlamento ha aprobado en la legislatura que se acaba una nueva ley de lucha contra el cambio climático, pero otros partidos también sitúan la protección del medio ambiente entre sus objetivos. “Ya no está tan claro en qué se diferencian Verdes y SP en la cuestión del medio ambiente”, apunta Kübler.

Tras una legislatura marcada por la pandemia y las consecuencias de la guerra de Ucrania, los sondeos destacan entre las principales preocupaciones de los votantes los costes de la sanidad, que se han situado en el primer lugar ante el anuncio de una fuerte subida el año próximo para sostener el sistema público-privado. También en el incremento del coste de los alquileres, la energía y la cesta de la compra (pese a una inflación contenida del 2,8% de media durante 2022), o la seguridad en las pensiones, además de la migración y el asilo, y el calentamiento global.

En cambio, la política exterior, y singularmente la relación con la UE, no ha encontrado espacio en una campaña marcada por los temas nacionales. El Gobierno suizo rompió en mayo de 2021 las negociaciones para firmar un nuevo acuerdo marco institucional con Bruselas que ambas partes comenzaron a perfilar en 2014 para actualizar y consolidar los acuerdos bilaterales firmados en las últimas dos décadas y que dan al país un acceso privilegiado y sin trabas al mercado único, y que incluyen la libre circulación de personas entre ambas partes y la pertenencia al espacio Schengen. Tras una etapa de tensión, las conversaciones para el acuerdo marco se han retomado, pero mientras no haya una conclusión, Bruselas no actualizará los pactos bilaterales existentes ni firmará otros nuevos. En esa tesitura, los partidos suizos han optado por no tocar en campaña un tema que les divide y no parece puntuar entre los votantes. “Los costes de la sanidad son ahora el tema principal, la población lo nota en el bolsillo. La erosión de los acuerdos bilaterales y la cooperación institucional con la UE no es algo que preocupe a la gente en la vida cotidiana, es muy abstracto y casi nadie tiene una relación directa con el problema”, explica Wasserfallen.

Bruselas, en cualquier caso, urge a acelerar un acuerdo, con lo que la relación Suiza-UE será un asunto destacado en la próxima legislatura. Pero de momento la pelota está en el tejado del Gobierno federal y los votantes “tienen la intuición de que no importa mucho a quién se vote en relación con este asunto”, añade el politólogo de Berna. Ello se debe también a que la elección del nuevo Parlamento (200 escaños en la Cámara baja y 46 en la alta) no implica en el sistema suizo un cambio de Ejecutivo, un órgano colegiado de siete representantes que se renueva o confirma en diciembre y que sigue una regla de reparto entre los principales partidos establecida en 1959. De momento, solo se reajustó en 2003 para dar más peso a los ultranacionalistas ante su crecimiento en las urnas.

Tras debates intensos sobre la guerra en Ucrania y la búsqueda por parte de varios partidos de una solución a la prohibición suiza de reexportar a Kiev armas vendidas a terceros países ―una cuestión que sigue sobre la mesa― por el choque con la neutralidad helvética, el conflicto también se ha mantenido en segundo plano en la campaña electoral. “La neutralidad es otro tema del que no se quiere hablar ahora y que será, junto a la relación con la UE, importante en la próxima legislatura. La guerra de Ucrania ha mostrado dos cosas: que la neutralidad y prohibición de reexportar armas es un asunto problemático cuando se quiere ser percibido como socio fiable en el sistema de seguridad europea, y también que hay un interrogante sobre si el ejército podría defender al país”, destaca Daniel Kübler.

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