Pogacar, a la izquierda, y Vingegaard, en el podio final del Tour de 2023.STEPHANE MAHE (REUTERS)

El cuarto día, el Galibier; el séptimo, una contrarreloj de 25 kilómetros por Borgoña; el segundo domingo, 32 kilómetros de caminos de gravel por Champagne; el octavo día, visita a la cruz de Lorena de Colombey les Deux Églises, el pueblo donde veraneaba De Gaulle; dos días de Pirineos, con Pla d’Adet y Plateau de Beille infernal; un día monumental en los Alpes, el último viernes, con Vars, La Bonette Restefond y sus 2.802m de altura, la carretera asfaltada más alta de Francia, e Isola 2000, donde hace 30 años Indurain hacía como que esprintaba para dejarle ganar a Rominger, y, el último domingo, una contrarreloj de 35 kilómetros, entre Mónaco y Niza. Un Tour 2024 a la antigua moda italiana.

“Un Tour montañoso y disperso, que pasará por los Apeninos, los Alpes de Piamonte, la zona de Cantal del Macizo Central, por los Alpes Marítimos y los Pirineos, por las colinas de Borgoña y Champagne, por los Grandes Alpes y por los Pirineos”, dice Christian Prudhomme, su director, que señala sus más de 54.000 metros de desnivel positivo, 12.000m más que los previstos en el próximo Giro, que asume una moderación moderna y presta su carácter habitualmente exagerado al Tour que nace en su Toscana, y no teme, dado el carácter de los ciclistas de ahora, el bloqueo hasta el último día que aterroriza a la corsa rosa. Cuatro llegadas en alto, dos en repecho, 27 cols de segunda, primera y hors catégorie, dos de ellos por encima de los 2.500m (Galibier y La Bonette) y cuatro más, Sestriere, Tourmalet, Vars e Isola 2000, por encima de los 2.000m.

Estos serán los territorios del debut en la grande boucle de Remco Evenepoel guiado por Mikel Landa, el escenario del cuarto gran duelo Vingegaard-Pogacar (ventaja 2-1 para el danés, ganador los dos últimos años), el desafío de Roglic liberado en el Bora, la esperanza de Enric Mas y Carlos Rodríguez, la nube de la ensoñación de los aficionados, donde se unen la memoria de los grandes del pasado, y los nombres de siempre, con las ilusiones que llegarán.

El Tour del 24, presentado en París este miércoles, saldrá el 29 de junio de Florencia y terminará, obligado por los Juegos Olímpicos, que comienzan el 26 de julio pero reclaman todo París para ellos todo el mes, acabarán lejos de la capital francesa por primera vez en las 111 ediciones que se habrán disputado desde su nacimiento en 1903.

Lo hará en la Costa Azul, en Niza, pegados de nuevo a Italia, el 21 de julio. Como Garibaldi, el padre de Italia, nació en Niza y declaró, famosamente, “soy de Niza, no soy ni italiano ni francés”, el Tour no ha perdido la oportunidad de usar su figura, un conquistador, un soñador, un idealista y un luchador, como hilo conductor de su carrera, y rendir, de paso homenaje a la Italia generosa que le acoge los primeros días, de Florencia a Rimini, de costa a costa, de Cesenatico a Bolonia, de Piacenza a Turín, y los Alpes, tres etapas tipo Giro, de más de 200 kilómetros cada una.

Pasado el trago sentimental, y la memoria de Gino Bartali (ganador de los Tours de 1938 y de 1948) y Nencini (1960) en su Florencia, de Pantani (1998) en su Cesenatico, de Armani en Piacenza y de Coppi (1949 y 1952) en el Piamonte, el Tour será duro y francés ya el cuarto día: 138 kilómetros encadenamiento de Sestriere-Montgenèvre-Galibier, y final en Valloire, al final del descenso del padre de los Alpes, igual que en 2019, cuando Nairo Quintana consiguió su última gran victoria con el Movistar. Nunca en la historia del Tour había llegado tanta montaña tan pronto. Un riesgo y un desafío.

Siguiendo la moda italiana, el Tour ha sustituido sus tradicionales escapadas todoterreno por los adoquines de su París-Roubaix con un paseo loco por las strade bianche, los caminos blancos de gravilla entre los viñedos de Champagne en la última etapa antes del primer lunes de descanso, y Pogacar, fabuloso en este territorio, lo aplaude. Serán 14 tramos, cada uno con su cuesta empinadísima y su descenso peligroso, 32 kilómetros, insertos en los 199 kilómetros de la Troyes-Troyes, novena etapa. Dos días antes, otro paseo por viñedos, los de los grands crus de Borgoña, desde la Nuit de Romanée Conti a Chambertin.

En los Pirineos se retorna a la tradición con el Tourmalet antes de Pla d’Adet en St Lary, la misma línea de meta en la que hace 50 años un Poulidor de 38 años hizo soñar de nuevo a Francia, y se regresa al Plateau de Beille en el que Contador bailó un mambo con Rasmussen en 2007.

El Tour, todas las carreras ciclista centenarias, se construyen con guiños al pasado que hacen creer que la eternidad era esto. El último día, los 35 kilómetros entre Mónaco y la plaza Massena de Niza, serán la primera vez que el Tour termina en una contrarreloj desde 1989, memoria de aquel Versalles-Campos Elíseos en el que Greg LeMond hundió en lo más hondo para siempre a Laurent Fignon al derrotarle contra cualquier lógica y ganarle el Tour por 8s. Nadie descarta que desde el día que decidió este final, Prudhomme no sueñe con un sobresalto similar para cerrar el Tour del París olímpico

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