En el fútbol todo tiene fecha de caducidad. El puesto de entrenador, también. Seguramente sea la posición más inestable que exista en cualquier deporte. Su durabilidad es tan imprevisible como saber si se pitará penalti o no cuando hay una mano en el área. Es la ruleta rusa de las profesiones.

Su relación con los banquillos tiene un poco de todo. Amor-odio. La estabilidad va supeditada principalmente a los resultados, pero, como en la vida, siempre hay historias de todo tipo. Historias breves, pasajeras, los casi algo que no llegan a nada. Entrenadores que han pasado sin pena ni gloria por un equipo y que, pese a arrancar la pretemporada en agosto con toda la ilusión a cuestas, no se comieron los turrones.

La hemeroteca del fútbol nos ha dejado equipos de época. Proyectos históricos que serán recordados por sus grandes estrellas, por los títulos que consiguieron, pero también por el técnico que estaba detrás de todos ellos. Para los románticos del fútbol siempre será el Barça de Guardiola, el Arsenal de Wenger, el Milan de Sacchi o el Dream Team de Cruyff. Todos ellos, equipos de autor.

Hace unos días estuve de visita en Mánchester y no pude resistirme a conocer uno de los templos del fútbol mundial. En Old Trafford recordé que hay amores de toda la vida y para toda la vida. Como el de Sir Alex Ferguson con el Manchester United. Un amor irrepetible para los red devils. Nada ha vuelto a ser igual por el teatro de los sueños desde que the boss lo dejó y puede que nunca se vuelva a repetir aquella época memorable.

Algo parecido le pasa al Atlético de Madrid. El amor que le profesa al Cholo Simeone va más allá de resultados, trofeos y reconocimientos. Lo demuestra su renovación hasta 2027 —si cumple con este último contrato serían 15 años al frente del barco rojiblanco—. Ser un ídolo como jugador y, a la vez, como entrenador para una afición está al alcance de muy pocos, menos si hablamos de cómo hacer que una hinchada no pierda la fe en ti ni en los peores momentos. Eso es lo que ha conseguido el argentino en todos estos años. Ya nadie se acuerda de cómo era el Atleti sin él ni se imagina cómo será la vida post-Cholo.

También hay historias que son una montaña rusa, en las que hay que trabajar cada día, y que incluso, por mucho esfuerzo que pongas en ellas, acaban en ruptura. La historia de Marcelino García Toral y el Villarreal tendrá una segunda oportunidad. La anterior tuvo todo lo bueno de una relación: amor, lealtad, compromiso, alegría compartida y crecimiento mutuo. Pero como todo lo bueno siempre tiene un final, también les tocó vivir la parte más amarga. Despedidas que duelen, dejar ir, sanar y buscar lo mejor para ambas partes.

La vuelta de Marce ha sido un clamor popular desde que Unai Emery dejó el equipo para poner rumbo a la Premier. En su anterior etapa, Marcelino cogió al equipo en Segunda División, lejos del ascenso y acabó convirtiéndose en uno de los entrenadores más destacados en la historia del club. Ahora, el Villarreal merodea un territorio desconocido para él en los últimos años, la parte baja de la clasificación. “Soy Marcelino García, no me llamo Salvador ni me apellido Milagro”. Sin duda es la mejor opción para que el submarino amarillo recupere el fútbol, pero, sobre todo, el carácter. Y salga a flote. Se marchó dejando el Madrigal y vuelve a la Cerámica. Como si todo y nada hubiera cambiado por la Plana.

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