La llorona del 25 de agosto de 2021

“Panamá es así, cada día peor, y si seguimos por este camino, por mucho que afilemos la pluma y escribamos cosas optimistas, su gente se sentirá menos confiada y tendrá previsiones más reservadas”.

A veces escribimos sobre el estado fallido, el desgaste institucional, la corrupción desenfrenada y la crisis de confianza que vive el país. Y algunos sienten enfado, y nos catalogan de pesimistas.

Nuestro argumento es simple y real: mientras no se identifique un problema de país y se defina un plan de desarrollo a largo plazo, Panamá nunca mejorará. La gente necesita un norte despejado, no planes políticos quinquenales que sean inútiles. Aquí todos debemos estar enfocados y alineados para lograr los mejores objetivos y aprovechar las máximas oportunidades que tiene el país.

Actualmente, estamos ante la expectativa de lo que se decide en una mesa de diálogo, por lo general una instancia de pérdida de tiempo y cero logros. Tomemos como ejemplo la educación, un tema que siempre está sobre la mesa, pero que nunca se resuelve. Incluso fue prometida en la campaña como estrella del actual gobierno y designada como sexta frontera, sin siquiera haber sido considerada como una estrategia de estado. Para tener una educación de clase mundial, lo primero es subir el listón a los docentes, reinventar el antiguo modelo y generar más competencia en el sector que, durante décadas, no ha podido modernizar y hoy es penúltimo en las pruebas PISA. de más de ciento ochenta países.

No se promete una educación de clase mundial, se planea. Y para eso, lo primero es eliminar la burocracia que asfixia al sector. Son los obstáculos y los aumentos salariales injustificados los que impiden el progreso. Es inconcebible que, en medio de los tiempos modernos, los maestros y líderes aquí todavía utilicen métodos antiguos, lo que nos saca de la competitividad y la productividad. Del mismo modo, cuando los maestros y líderes reciben salarios independientemente del desempeño, no hay forma de que la educación avance. Con un código laboral y leyes especiales que premian la pereza y la ineficiencia, nunca mejoraremos.

Todo esto, además, incide en otra realidad y es que nuestra seguridad jurídica, criterio fundamental para el crecimiento y desarrollo del país, está muy cuestionada. Hay innumerables casos en los que el estado de derecho parece más un concepto de lectura en los libros que en la práctica. Decenas de contratos y concesiones, como Campos de Pesé, Barro Blanco, tiendas libres de impuestos en Tocumen, Centro Figali, minas y obras públicas, han sido canceladas o reformadas por caprichos de gobiernos o grupos de interés.

Y es precisamente por estos intereses que la sociedad y el país se ven afectados en última instancia. Por un lado, los empresarios piden una reducción de los subsidios que benefician a la población más desfavorecida, cuando son ellos quienes aprovechan un alto porcentaje de incentivos, algunos mal administrados, como los certificados de crédito fiscal en las últimas décadas. También los trabajadores, que plantean la lucha contra la corrupción, cuando miembros de sus mismos colectivos participan en actos irregulares de compromiso con políticos y funcionarios. Y, además, el propio Gobierno que publica listas de morosos de la Caja de Seguridad Social, cuando las mismas entidades públicas son las más atrasadas y no cumplen con el pago de la cuota trabajador-empleador.

Evidentemente, los argumentos son suficientes para sentirse pesimista. Cada vez hay menos rendición de cuentas, menos transparencia, menos planificación, más corrupción y más tráfico de influencias en la gestión de los asuntos públicos. Nos preocupa que vemos cada vez menos decencia y más inmoralidad en la elaboración de leyes y el desempeño de cargos públicos.

Y todo esto se ve agravado aún más por una deficiencia en la política de comunicación del Estado. Las personas seleccionadas para liderar esta área desconocen las técnicas de los nuevos tiempos, especialmente el uso de las redes sociales. Los jefes de comunicación se forman a la vieja usanza y utilizan métodos ineficaces ante la nueva realidad que vive el mundo. Con frecuencia, las crisis que existen en el país han nacido o se han provocado en las redes, y no se han podido contener adecuadamente. Mucho menos resolver.

Y así, crisis tras crisis, llegamos a donde estamos, sin que exista un plan nacional de desarrollo ni la esperanza de que el futuro sea mejor que el presente. Posiblemente algunos resientan esta mirada crítica, pero es la verdad. Panamá es así, cada día peor, y si seguimos por este camino, por mucho que afilemos la pluma y escribamos cosas optimistas, su gente se sentirá menos confiada y tendrá previsiones más reservadas.

Empresario